Es el personaje más
fascinante de la historia del mundo Occidental. Jesús de Nazaret,
aún siendo un gran desconocido, es un personaje estudiado
hasta la saciedad. Este trabajo pretende reconstruir,
partiendo de informaciones históricas, cómo fueron las
últimas horas de su vida, especialmente desde la perspectiva
médica. Me explico: para un servidor, la Sábana Santa o
Síndone es auténtica, y tiempo habrá de explicar los mil
motivos sobre los que me sustento. Y esa "reliquia"
conservada en Turín ha sido estudiada por respetables y
doctos científicos, que han identificado en el cuerpo que
aparece impresa en ella toda una larga serie de patologías
consecuencia de un brutal castigo al que se le sometió en
los momentos previos a la muerte. Gracias a ambas fuentes
-las históricas y la sindonológicas- podemos reconstruir
someramente, con la ayuda de los polémicos evangelios
canónicos y apócrifos, cómo fue la Pasión del hombre
de la
Síndone… ¿Jesús de Nazaret? Un relato desgarrador…
5.45 horas. 7 de
abril del año 30
Amanece en Jerusalén. Es vienes de Pascua: día 14 de Nisán
del año 783 romano. La luz diurna comenzaba a intuirse desde
el interior de la casa de Caifás, el Sumo Sacerdote
del Sanedrín. Allí estaba Jesús de Nazaret, que sólo unas
horas antes, traicionado por Judas, fue prendido en
el huerto de los Olivos. Allí, Caifás, arropado por su
suegro, Anás -"el hombre más rico de su tiempo",
dicen las crónicas, que también le señalan como malvado y
mafioso- interrogó al Nazareno a propósito de todas esas
"cosas" que sobre él se decían...
-Yo públicamente he hablado al mundo... Pregunta a los
que me han oído; ellos deben saber qué les he dicho
-respondió el rabí ante la ira de aquel hombre, el que
"se
rasgó las vestiduras".
Aquel gesto de Caifás, que consistía en desagarrarse de
un tirón los 30 cm. de túnica que partían desde bajo el
cuello, significaba que el reo era culpable. Y que debía
someterse a un consejo formal de Sanedrín en el Templo.
Allí, ya en el palacete, Jesús de Nazaret recibiría las
primeras agresiones.
6.00 horas
Los tenderetes comenzaron a romper el silencio, los
molinillos ya sonaban y las golondrinas negras, y en
especial las palomas, miles de palomas, sobrevolaban los
muros de una ciudad más agitada que de costumbre. Al fin y
al cabo, estábamos en Pascua. Una vez en el templo, Jesús
fue conducido al boulé, en el ángulo sudoeste del
recinto, para someterse a un juicio pleno de irregularidades
según la ley que aquí serían largas de enumerar... Para
entonces, Pedro ya había negado tres veces, y el
cadáver de Judas pendía de una higuera.
"Vosotros lo decís, yo soy", respondió el Nazareno
a la pregunta de si se había calificado a sí mismo como Hijo
de Dios. Afirmación suficientemente grave como para
conducirlo ante Pilato y como para que un esbirro, quizá de
origen judío, propinara con su bastón, de unos 5 cm. de
diámetro y con la mano izquierda un brutal golpe en el
pómulo derecho del rabí. Otro, acto seguido, impactó contra
la nariz fracturándole el cartílago nasal. Se abrió la veda,
y el hombre objeto de esta autopsia debió sufrir entonces
golpes y bofetadas por doquier en pómulos, mentón y labios.
7.20 horas
La Fortaleza Antonia era un imponente construcción
rectangular de 100 m. de longitud por 50 de ancho que se
erigía, rodeada por un abismal foso de 22 m. de profundidad,
sobre una vieja fortaleza macabea. Sus torres -tres de 22.5
m. y una de 31.5 m.- y sus murallas estaban revestidas de
placas de hierro, y en su interior, en aquellas fechas, se
encontraba el gobernador, Poncio Pilatos.
Al principio, Pilatos, el quinto gobernador romano de
Judea, en el pretorio del patio interior del templo, mostró
poco interés por condenar a aquel reo que mostraba su cara
ensangrentada, pero sino lo hacía, peligraban sus relaciones
con el Sanedrín. Y con Herodes Antipas, que seguía de
cerca su pésima labor administrativa y que, casualmente,
visitaba Jerusalén, alojándose en el Palacio Real, un
suntuoso edificio repleto de pórticos, jardines y piscinas a
donde Jesús fue trasladado.
8.05 horas
La zorra, que así llamaba Jesús a Antipas, hijo de
Herodes El grande, quiso interrogar y poner a prueba al
Nazareno sin éxito. Fue entonces cuando la escolta de este
hombre, que gozaba de toda la confianza de Tiberio, vistió a
Jesús con un lamprán, una túnica reluciente de significado
burlesco: vestidura cortesana apropiada para un rey loco y
fantasioso.
Aquello fue un nuevo espaldarazo para la intención de
Sanedrín: crucificar a Jesús, que sería nuevamente conducido
a la Fortaleza Antonia. La presión, entonces, fue tan grande
que a Pilato no le quedó más remedio que disponerlo todo
para poner en práctica la vieja costumbre por la cual un reo
condenado a muerte sería liberado por clamor popular. El
enrarecido ambiente (según algunos estudiosos, los textos
evangélicos fueron en este punto manipulados para hacer
culpable de la muerte al pueblo judío) contra Jesús no ayudó
al gobernador, que escuchó como la muchedumbre pedía la
liberación de Barrabás y el castigo para Jesús. Ya no
quedaba más remedio y se dictó sentencia: flagelación y
crucifixión.
9.50
horas
Y como si una pequeña piedra cayera sobre una balsa en
calma, el primer latigazo impactó contra la sudorosa espalda
de Jesús dibujando sobre ella la convulsión. El golpe fue
seco y silencioso, tan atronador que se debió escuchar en
los 2.500 metros cuadrados del patio de la fortaleza.
El rabí, atado por las manos y en postura encorvada, fue
flagelado por dos sayones, según la Ley romana, que no tenía
límite de latigazos (el máximo, normalmente, era de 300),
frente a los 39 golpes de la Ley judía. La "autopsia" nos
revela que fue castigado con un flagrum, una "barra"
de la que colgaban tres cuerdas milimétricas rematadas con
pequeñas bolas de plomo y tabas afiladas de 12 milímetros de
diámetro.
Tras las primeras
decenas de golpes, la situación provocó cierto vaso de
dilatación de los capilares cutáneos que
acabarían reventando al contacto con la precipitación de
millones de glándulas sudorípadas. Casi sudó sangre... Y si
a esto unimos la obstrucción de las vías respiratorias
causadas por la rotura del cartílago, el dolor se convirtió
en monstruoso. Los labios de las heridas que presenta Jesús son nítidos
y cada uno de unos dos centímetros. Las llagas, agrupadas en
tres, están distribuidas por diferentes partes del cuerpo a
conciencia, especialmente la espalda y el pecho, pero los
sayones evitaron golpes más letales en el sobre el corazón y
el bajo vientre.
Cuando el número de golpes superaba los 120, el
executor sententiae, jefe de la sangría, ordenó detener
el castigo y Jesús, exhausto, cayó desplomado cuan largo
era, 1,83 de altura, con todo su peso, 80 kg., sobre el
embaldosado, pero Jesús no perdió el conocimiento pese a que
el riesgo sanguíneo comienza a ser irregular y en el rostro
de los ejecutores ni siquiera asoma un gesto de piedad. Son
hombres experimentados: han buscado el suplicio del reo,
pero su experiencia les ha servido para evitar la muerte...
¡Quedaba todavía tanto castigo! Con todo, las heridas produjeron flicteas que,
agravadas
por la exudación serohemágica, abrieron excoriaciones de
modo que quedaron al descubierto las primeras capas de la
dermis.
10.30 horas
Temblaba. A un ritmo frenético. Ya nada en su cuerpo
funcionaba con normalidad. En ese momento alguien, quizá un
soldado romano, arrancó la túnica que tras la flagelación le
habían puesto a Jesús. Sus sensaciones se convirtieron, en
ese instante, en indescriptibles: la sangre, ya en parte
coagulada, se había adherido al manto que, al ser levantado
de cuajo, abrió y rompió los labios de las heridas.
Acto seguido, en el summun de la burla, los soldados
colocaron con fuerza, en un gesto casi despiadado, una cofia
de espinas con forma de casco sobre la cabeza de Jesús de
Nazaret. Treinta de sus espinas, pertenecientes a un árbol
local conocido como poterium spineum (utilizado como
leña, razón por la cual se encontraba en la fortaleza),
traspasaron vasos capilares, arterias y venas occipitales,
al margen de daños en la región frontal y parietal-temporal.
11.20 horas
Los carnifices recibieron entonces la orden de conducir a
Jesús al Gólgota. Vestido ahora con una túnica púrpura,
coronado de espinas y un cartel con la leyenda
INRI
("rey de los judíos") comenzó el camino del calvario a
través de la Vía Dolorosa. Le quedaban 600 metros por
recorrer, y lo haría cargando sobre la parte derecha de su
cuerpo el patibulum o palo transversal, de unos 14 cm. de
grosor, de la cruz; el stipe o palo vertical permanecía
siempre fijo en el Gólgota, donde acababan todos los
crucificados.
Los primeros 100 metros, aunque irregulares, descendían
de nivel, pero no fueron suficientes para que Jesús sufriera
las primeras caídas. El roce del tronco, además, provocó de
nuevo la laceración y ensanchamiento de los labios de las
lesiones y la excoriación del hombro... Y es que aquel
madero pesaba unos 70 kgs.
A partir de los 100 primeros metros, la pendiente de la Vía
Dolorosa se establece en los 710 m. por encima del nivel del
mar. Insuficiente, en todo caso, para que la escena (los
tres reos estaban atados por los tobillos con cadenas que
los separaban entre sí tres metros) no dejase de ser
lastimosa. Y brutal: los soldados arengaban a los reos a
seguir su ruta... a base de golpes y latigazos.
Más desgarros, golpes,
excoriaciones y contusiones fueron
acumulándose en el cuerpo del Nazareno. Y las espinas, por
culpa del contacto con el patíbulum, se clavaban más y más.
De poco servía los 300 metros lisos que siguieron,
incomparables con los siguientes, cada vez más empinados y
con rampas finales monstruosas de hasta el 25% que el
condenado tuvo que subir con 70 kg. al hombro más la fuerza
de la tracción trasera.
12.30
horas
El tetradium o escuadra de soldados romanos
encargados de la ejecución multiplicó sus esfuerzos cuando
los reos alcanzaron la cumbre del tétrico monte para
disponer todo de cara a la crucifixión. Uno de ellos colocó
el patibulum sobre el suelo, mientras que otro le arrancó de
nuevo la túnica... y lo situó de espaldas sobre el madero.
Con un mazazo certero y firme le atravesó la muñeca para
clavarlo, atravesando uno de los grandes troncos nerviosos
del cuerpo, el nervio mediano, que quedó tensó como la
cuerda de un violín. ¿Existe alguno forma de trasmitir tanto
dolor?
El segundo clavo no halló el punto adecuado, pese a la
maestría que avalaba a los verdugos en lides tan terribles,
y hubo que repetir una vez más la operación, mientras que el
tercero lo sujetó, una vez alzado sobre la cruz gracias a
una elevación por cuerdas, atravesando las dos piernas entre
el segundo y tercer metatarsiano, a la altura de los
tobillos.
Jesús había sido crucificado. Y sobre cada brazo
soportaba ya una tracción de 95 kilogramos que le provocaba
espasmos, calambres -la tetania, que recorrió sus cuatro
extremidades sin compasión- y serios problemas
respiratorios: tenía que elevarse para inspirar y bajar,
casi desplomarse, para espirar. Y minuto a minuto, cada una
de las respiraciones se separaba más en tiempo de las otras:
la muerte acechaba sobre aquel cuerpo arrugado por el dolor,
bañado de sangre y sudor y atravesado por clavos en manos y
pies.
13.30 horas
No aguantaría mucho más. Su presión arterial se había
multiplicado, así como su pulso. Su corazón sufría ya una
severa reducción en su perfil y la respiración, anaeróbica
ya, delataba que se acercaba el momento. Sufría ya los
primeros síntomas de shock ortostático y se
desvanecía por momentos. Alguien, quizá un miembro del
tetradium, empapó una esponja en posca, la bebida de las
clases populares romanas: agua avinagrada con huevos
batidos, miel y aromas añadidos que fue colocada, con la
ayuda de una lanza, sobre los labios del crucificado...
Entre
las 14.00 y 15.00 horas
"Consumatum est", parece que dijo Jesús entre los
últimos calambres, no en la acepción clásica de la expresión
-"todo se ha acabado"- sino en la "mística": "Misión
cumplida". Y minutos después, se apagó su vida. No hizo
falta el "remate" del crurifagium, una medida de
"piedad" que consistía en romper las rodillas de los reos
para acelerar su agonía hasta la muerte.
Jesús de Nazaret sufrió un colapso múltiple provocado por
la asfixia, la ausencia de riego sanguíneo al cerebro y en
última instancia, la disminución de irrigación coronaria,
causa definitiva de la muerte. El reo, a duras penas,
mantuvo durante todo el suplicio el conocimiento.
Minutos después, alguien -el soldado Longinos,
según la tradición- le atravesó los pulmones y el corazón
para comprobar si había fallecido. Y de la herida brotó agua
-suero en realidad-, evidencia definitiva de que ya entonces
nuestro personaje, tras una serie de torturas brutales,
había fallecido. Hoy, 2000 años después, el análisis de los
textos históricos de la época, así como de las evidencias
científicas que poseemos, fundamentalmente la Sábana Santa,
como de otras fuentes y relatos, nos han permitido
reconstruir una historia trágica como ninguna otra.